domingo, 8 de enero de 2012

25 Primaveras que no volveran

Me voy poniendo viejo, pero la verdad no me puedo quejar. El día pasado cumplí un cuarto de siglo, en un lugar increíble y con una compañía inmejorable. Quien me iba a decir a mi hace unos meses cuando estaba hasta los huevos del fin de carrera que cumpliría tan simbólica fecha en Argentina. Me fui a Salta donde había quedado con una amiga que trabaja en Bolivia, Eugenia.

A Salta le llaman “Salta la linda” y creo que hace honor a su apodo, me pareció aún siendo muy parecida al resto de ciudades que tenía una chispa que otras no tenían, era una ciudad con mucha vida. Cuando llegué a la estación de autobuses, ya me estaba esperando, la pobre llevaba casi un día entero de viaje, aquí las distancias son enormes! y lo que en mapa parece cerca, puede que sean 10 horas más todos los retrasos inesperados. Estaba con una chica que había conocido durante el viaje, Julie, una francesa que llevaba un año dando la vuelta al mundo y estaba en su último mes de viaje. Llevábamos mucho tiempo sin vernos y tras buscar un poco sitio para dormir fuimos a pasear y a tomar algo mientras hablábamos de nuestras vivencias durante estos meses y de paso hacer tiempo para la cena. Como en Bolivia la carne no debe de ser muy buena fuimos a comer asado, con un buen vino, Salta es una de las provincias que más vino producen de la Argentina. Cenamos y como todos estábamos cansado por el viaje nos fuimos a dormir prontito, para aprovechar.

Al día siguiente, desayunamos tranquilamente en la plaza mientras decidíamos que hacer. Queríamos ver la quebrada de Humahuaca el problema era que había tramos que no había colectivos y había que contratar camionetas, lo que encarecía bastante, por lo que decidimos alquilarnos un coche, para poder ir más tranquilos. El paisaje era impresionante en muy poco tiempo pasabas de una zona más o menos boscosa, a algo parecido a Marte, luego a un desierto con pequeños oasis alrededor del río y de ahí a miles de hectáreas de viñedos. Al final llegamos a Cafayate donde nos quedamos a dormir, me acuerdo que el vino que tomamos a la cena estaba riquísimo Quara creo que se llamaba la bodega. A la mañana visitamos una bodega de la zona, que casualidades la habían fundado unos Vascos, somos una plaga, jeje y de ahí fuimos por una pista por en medio de la nada durante un montón de horas, el camino estaba lleno de baches y en muchos tramos no entraban dos coches a la vez, pero la verdad es que no había apenas tráfico. Tardamos 4 horas y pico para hacer 150 km, aunque íbamos, que si un pueblo abandonado, miles de cactus juntos, quebradas que aparecían en par de curvas y desaparecían… hasta que por fin llegamos a Cachi donde comimos tranquilamente en la plaza del pueblo. El pueblo era tranquilo, pero como estábamos cerca de la Poma que nos habían recomendado ir a ver, después de descansar un rato nos pusimos en ruta. La Poma era un pueblo donde se terminaba la carretera, estaba bastante alto tres mil y pico, metida entre inmensas montañas. Nos habían recomendado que comiéramos trucha, que las pescaban ahí mismo y por fin después de casi tres meses volví a comer pescado, lo extraño muchísimo creo que, en comida, es lo que más extraño y aunque la trucha nunca ha sido uno de mis pescados favoritos me supo a gloria, además mientras comía era muy consciente de que podía ser la última en otros tres meses!

A la mañana siguiente nos levantamos pronto para ir a visitar la garganta del diablo, una cueva que había cerca. La verdad es que era impresionante, me hubiera podido quedar horas sentado mirando el paisaje, pensando, descansando, pero teníamos un poco de prisa por llegar a Salta de nuevo para devolver el auto. El camino de vuelta como todo lo que habíamos recorrido fue muy cambiante, y tuvimos que bajar muchos metros de desnivel en un puerto, que hubiera sido precioso para hacerlo con bici, lo malo fue que no pudimos disfrutar del paisaje por que había una niebla cerrada. En Salta dejamos el auto y después de pasear otro rato por la ciudad, fuimos en autobús a Jujuy. Ya se sentía Bolivia cerca, los colores, los olores el ritmo, había cambiado. Me gustó. Fue una tarde tranquila, de esas de cafetería e interminables charlas, teníamos muchas historias que contarnos, pero se me pasó volando.

Nos despertamos prontísimo, queríamos ver muchas cosas y no nos quedaba mucho tiempo. Empezamos por Pumamarca, un pueblito chiquito, construido prácticamente entero con adobe (vimos un hotel construido con adobe, impresionante!). El pueblo esta rodeado por el cerro de los siete colores. Es una caminata de 20 minutos, que merece la pena. El paisaje es completamente árido, solo hay unos inmensos cactus, nada más. Pero la tierra roja, hace un millón de formas. De aquí nos marchamos a Tilcara, un poquito más al norte, la verdad es que aunque solo pasamos unas horas, me gustó mucho y me quedé con pena de no haber estado más tiempo. Además tenía un par de contactos que me dio Santi (el amigo que me hice en Cosquín), que me hubiera gustado conocer. La verdad no descarto volver y estar un tiempo con más calma. Comimos unas empanadas muy ricas, yo probé llama. El último pueblito que fuimos a visitar es Humahuaca, este en comparación con los otros me gusto menos, de aquí tomamos un colectivo que nos llevaba hasta la Quiaca, Bolivia. Si, iba a cruzar a Bolivia, con las ganas que le tengo yo ha este país y sabía que tenía que volver en unos días a Santiago, no sé si para quedarme un tiempo o para seguir el viaje pero tengo una entrevista de trabajo cuando vuelva. La frontera era divertida, salías de Argentina, cruzabas un puente que no era de nadie y al otro lado estaba la aduana de Bolivia. La gente cruzaba hasta arriba de paquetes de un lado al otro. Cambié algo de plata y fuimos a la estación, nos esperaba un viaje de unas 10 h por un camino lleno de baches. Aunque viajamos de noche no puede dormir nada. Llegamos a eso de las 3 de la mañana a Tarija, hacía un frío impresionante, esperamos acurrucados a que amaneciera y así poder caminar para entrar en calor. Llovía, era el último día con Eugenia, al menos del 2011, quien sabe hasta cuando. Desayunamos, paseamos, fuimos al mercado, se notaba que estábamos en Bolivia, aun que Eugenia decía que era mucho más ordenado que el resto de Bolivia, a mi me gustó. Al final llegó la hora de ir al aeropuerto, como todas las despedidas, amarga. Aunque gracias a la puntualidad Alemana de las compañías aéreas estuvimos un par de horas espera. Pero al final llegó el avión. Yo volví a casa caminando, seguía lloviendo, pero me gusta caminar bajo la lluvia, no hay nadie en la calle, se camina tranquilo, me relaja.

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